En un lejano reino, viviĂł una vez un rey y su esposa la reina. Los dos monarcas eran en verdad muy felices, pues tenĂan tres hijas hermosas y alegres que se la pasaban todo el dĂa jugando en los alrededores del palacio. La mayor de las princesas se llamaba Leticia, la mediana se llamaba Esther y la más pequeñita de las tres respondĂa al nombre de Ana.
¡Eran tan divertidas las hijas del rey! Su padre siempre las contemplaba feliz mientras ellas saltaban y jugaban entre risas y carcajadas. Cierto es que las pequeñas nunca se enfermaban, y desde que nacieron, habĂan crecido muy sanas y fuertes.
Sin embargo, un buen dĂa, sucediĂł algo muy terrible, pues las tres princesas se habĂan vuelto irremediablemente delicadas.
Leticia, la mayor de las princesas, habĂa salido al jardĂn como acostumbraba a hacer todas las mañanas, y no anduvo ni dos pasos cuando de las ramas del rosal se desprendiĂł un pĂ©talo pequeño que se posĂł en su cabeza. Al instante, la princesa Leticia quedĂł desmayada en el suelo, y en su cabeza habĂa un chichĂłn tan grande que los mĂ©dicos tardaron en curarla toda una semana.
Al dĂa siguiente, Esther, la princesa mediana, despertĂł en su cama entre gritos y sollozos cuando descubriĂł una herida inmensa en su espalda. Cuando intentaron curarla, los mĂ©dicos no podĂan creer que un pequeño pliegue de las sábanas habĂa sido la causa de aquella herida tan grande.
Finalmente, y al ver la salud tan delicada de sus dos hijas, el rey y la reina decidieron hacer algo por Ana, la más pequeña de las princesas. Durante dos dĂas y dos noches, los arquitectos del palacio se la pasaron construyendo una urna de cristal enorme para proteger a Ana de todo peligro. Dentro de la urna, ubicaron entonces la cama de la princesa, una mesa, dos sillones y un gato.
A travĂ©s de las paredes de cristal, los reyes contemplaban a su pequeña hija jugando a todas horas y durmiendo en las noches, y por primera vez pudieron sentirse tranquilos de que a su pequeña no le pasarĂa nada. Sin embargo, una noche entrĂł a la urna de cristal un pequeño mosquito que con el batir de sus alas provocĂł un terrible resfriado en la princesa Ana.
Desde entonces, las tres princesas han quedado débiles para siempre, y cuenta la leyenda que el rey y la reina aún permanecen en alerta, velando porque nada les pase a sus hijas tan delicadas.
¡Eran tan divertidas las hijas del rey! Su padre siempre las contemplaba feliz mientras ellas saltaban y jugaban entre risas y carcajadas. Cierto es que las pequeñas nunca se enfermaban, y desde que nacieron, habĂan crecido muy sanas y fuertes.
Sin embargo, un buen dĂa, sucediĂł algo muy terrible, pues las tres princesas se habĂan vuelto irremediablemente delicadas.
Leticia, la mayor de las princesas, habĂa salido al jardĂn como acostumbraba a hacer todas las mañanas, y no anduvo ni dos pasos cuando de las ramas del rosal se desprendiĂł un pĂ©talo pequeño que se posĂł en su cabeza. Al instante, la princesa Leticia quedĂł desmayada en el suelo, y en su cabeza habĂa un chichĂłn tan grande que los mĂ©dicos tardaron en curarla toda una semana.
Al dĂa siguiente, Esther, la princesa mediana, despertĂł en su cama entre gritos y sollozos cuando descubriĂł una herida inmensa en su espalda. Cuando intentaron curarla, los mĂ©dicos no podĂan creer que un pequeño pliegue de las sábanas habĂa sido la causa de aquella herida tan grande.
Finalmente, y al ver la salud tan delicada de sus dos hijas, el rey y la reina decidieron hacer algo por Ana, la más pequeña de las princesas. Durante dos dĂas y dos noches, los arquitectos del palacio se la pasaron construyendo una urna de cristal enorme para proteger a Ana de todo peligro. Dentro de la urna, ubicaron entonces la cama de la princesa, una mesa, dos sillones y un gato.
A travĂ©s de las paredes de cristal, los reyes contemplaban a su pequeña hija jugando a todas horas y durmiendo en las noches, y por primera vez pudieron sentirse tranquilos de que a su pequeña no le pasarĂa nada. Sin embargo, una noche entrĂł a la urna de cristal un pequeño mosquito que con el batir de sus alas provocĂł un terrible resfriado en la princesa Ana.
Desde entonces, las tres princesas han quedado débiles para siempre, y cuenta la leyenda que el rey y la reina aún permanecen en alerta, velando porque nada les pase a sus hijas tan delicadas.
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