La leyenda de Aladino comienza en el Lejano Oriente, hace muchos años atrás. En la plaza de una ciudad, un muchacho menudo se la pasaba todo el dĂa buscando comida para Ă©l y para su madre. Cierta tarde, se le acercĂł un señor de aspecto sobrio y traje elegante:
“Aladino. Aunque no me reconozcas, yo soy tu tĂo. Todos estos años me encontraba navegando por los mares y he llegado a acumular una gran riqueza, ahora quiero ayudarte a ti y a tu madre. Ven conmigo”.
Dicho aquello, el misterioso señor saliĂł caminando hacia las afueras de la ciudad, y Aladino decidiĂł seguirlo por curiosidad, pero tambiĂ©n por todas las cosas buenas que le habĂan prometido. Cuando llevaban un buen rato caminando, el muchacho se percatĂł de que su supuesto tĂo lo habĂa llevado hacia un lugar apartado del desierto desde donde no se divisaban los edificios de la ciudad.
Tras permanecer un tiempo en silencio, el misterioso señor pronunciĂł unas palabras extrañas alzando los brazos, y de repente, la arena comenzĂł a abrirse para dar paso a un estrecho, pero oscuro agujero. Aladino, sorprendido, no hacĂa otra cosa que mirar con los ojos bien abiertos todo lo que estaba sucediendo.
“Querido sobrino, como puedes ver, ese agujero es muy estrecho y yo apenas puedo entrar. En cambio, tĂş si puedes hacerlo, asĂ que ayĂşdame y busca en su interior una vieja lámpara de aceite. Anda, tráemela”
Aladino escuchĂł con desconfianza aquellas palabras, pero con tal de recibir la ayuda que le prometĂan, se adentrĂł sin pensarlo en el agujero hasta descubrir un estrecho y oscuro pasadizo. Luego de caminar por unos minutos, el joven arribĂł a una cueva subterránea repleta de joyas, piedras preciosas y todo el oro del mundo que jamás hubiese sido capaz de imaginar. Al fondo de la cueva, se encontraba la lámpara de aceite que su tĂo le habĂa pedido.
Con gran agilidad, Aladino saltĂł entre los cofres de joyas y agarrĂł la lámpara, pero en ese momento, sintiĂł que el suelo temblaba bajo sus pies. El lugar parecĂa que iba a derrumbarse de un momento a otro, asĂ que el muchacho se dispuso a marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Una vez en la entrada nuevamente, el señor de traje elegante le aguardaba:
“Dame la lámpara, muchacho. ApresĂşrate”
“Por favor, tĂo. AyĂşdame a salir primero de este lugar”
“No seas imbĂ©cil. EntrĂ©game la lámpara o morirás”
Pero no habĂa terminado de decir aquellas palabras el señor cuando el agujero misterioso se cerrĂł por completo, dejando prisionero a Aladino en la total oscuridad. Desesperado y con miedo, el muchacho se lamentaba de su suerte cuando de pronto, agarrĂł entre sus manos la lámpara y la acariciĂł accidentalmente.
Al momento, apareciĂł frente al chico una figura peculiar rodeada por una luz blanca. “Amo, soy el genio de la lámpara y tus deseos son Ăłrdenes para mĂ”. “¡Perfecto!” – exclamĂł Aladino – “Quiero regresar a casa”. De esa manera, no tardĂł más de un segundo para que el afortunado muchacho se encontrará junto a su madre. Por supuesto, antes de partir, se habĂa asegurado de llenar sus bolsillos de joyas y piedras preciosas, y al llegar a casa pudo reunirse con su madre y contarle todo lo sucedido.
Con el paso del tiempo, Aladino pudo vivir cĂłmodamente gracias a las joyas que habĂa tomado de la cueva, pero un buen dĂa, mientras se encontraba en el mercado de la ciudad, conociĂł a una hermosa joven que resultĂł ser la hija del Sultán. Enamorado profundamente de la belleza de la princesa, Aladino decidiĂł frotar la lámpara una vez más para pedirle al genio que le concediera todo tipo de riquezas, carruajes finos y una legiĂłn de soldados.
AsĂ lo hizo entonces su fiel sirviente, y esa misma tarde partiĂł el chico rumbo al palacio para pedir la mano de la princesa en matrimonio. Por supuesto, la princesa tambiĂ©n se enamorĂł de Aladino tan pronto lo vio, y de esa manera, el Sultán accediĂł con alegrĂa a celebrar una boda real por todo lo alto.
Varios años despuĂ©s, mientras Aladino vivĂa felizmente con su esposa en el palacio, se acercĂł un buen dĂa un mendigo a las puertas reales pidiendo limosna. La princesa, al verlo, no dudĂł un segundo en llevarle algo de comida y ropas. Sin embargo, lo que ella no sabĂa, era que aquel mendigo se trataba del tĂo malvado de Aladino, y su intenciĂłn no era otra que la de raptar a la princesa para pedir a cambio la lámpara maravillosa.
Al enterarse de lo sucedido, Aladino tuvo una idea genial, y cuando por fin se encontrĂł con su tĂo, le ofreciĂł la lámpara a cambio de su amada esposa. Cuando la princesa se encontraba a salvo, el señor malvado frotĂł la lámpara para pedir que Aladino perdiera su riqueza y su felicidad, pero aquella lámpara no era mágica, sino que habĂa sido engañado, y de esa manera los guardias lograron apresarlo y ponerlo bajo custodia para siempre.
Una vez juntos y felices, Aladino y la princesa retornaron al castillo, y vivieron el resto de sus dĂas muy enamorados.
“Aladino. Aunque no me reconozcas, yo soy tu tĂo. Todos estos años me encontraba navegando por los mares y he llegado a acumular una gran riqueza, ahora quiero ayudarte a ti y a tu madre. Ven conmigo”.
Dicho aquello, el misterioso señor saliĂł caminando hacia las afueras de la ciudad, y Aladino decidiĂł seguirlo por curiosidad, pero tambiĂ©n por todas las cosas buenas que le habĂan prometido. Cuando llevaban un buen rato caminando, el muchacho se percatĂł de que su supuesto tĂo lo habĂa llevado hacia un lugar apartado del desierto desde donde no se divisaban los edificios de la ciudad.
Tras permanecer un tiempo en silencio, el misterioso señor pronunciĂł unas palabras extrañas alzando los brazos, y de repente, la arena comenzĂł a abrirse para dar paso a un estrecho, pero oscuro agujero. Aladino, sorprendido, no hacĂa otra cosa que mirar con los ojos bien abiertos todo lo que estaba sucediendo.
“Querido sobrino, como puedes ver, ese agujero es muy estrecho y yo apenas puedo entrar. En cambio, tĂş si puedes hacerlo, asĂ que ayĂşdame y busca en su interior una vieja lámpara de aceite. Anda, tráemela”
Aladino escuchĂł con desconfianza aquellas palabras, pero con tal de recibir la ayuda que le prometĂan, se adentrĂł sin pensarlo en el agujero hasta descubrir un estrecho y oscuro pasadizo. Luego de caminar por unos minutos, el joven arribĂł a una cueva subterránea repleta de joyas, piedras preciosas y todo el oro del mundo que jamás hubiese sido capaz de imaginar. Al fondo de la cueva, se encontraba la lámpara de aceite que su tĂo le habĂa pedido.
Con gran agilidad, Aladino saltĂł entre los cofres de joyas y agarrĂł la lámpara, pero en ese momento, sintiĂł que el suelo temblaba bajo sus pies. El lugar parecĂa que iba a derrumbarse de un momento a otro, asĂ que el muchacho se dispuso a marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Una vez en la entrada nuevamente, el señor de traje elegante le aguardaba:
“Dame la lámpara, muchacho. ApresĂşrate”
“Por favor, tĂo. AyĂşdame a salir primero de este lugar”
“No seas imbĂ©cil. EntrĂ©game la lámpara o morirás”
Pero no habĂa terminado de decir aquellas palabras el señor cuando el agujero misterioso se cerrĂł por completo, dejando prisionero a Aladino en la total oscuridad. Desesperado y con miedo, el muchacho se lamentaba de su suerte cuando de pronto, agarrĂł entre sus manos la lámpara y la acariciĂł accidentalmente.
Al momento, apareciĂł frente al chico una figura peculiar rodeada por una luz blanca. “Amo, soy el genio de la lámpara y tus deseos son Ăłrdenes para mĂ”. “¡Perfecto!” – exclamĂł Aladino – “Quiero regresar a casa”. De esa manera, no tardĂł más de un segundo para que el afortunado muchacho se encontrará junto a su madre. Por supuesto, antes de partir, se habĂa asegurado de llenar sus bolsillos de joyas y piedras preciosas, y al llegar a casa pudo reunirse con su madre y contarle todo lo sucedido.
Con el paso del tiempo, Aladino pudo vivir cĂłmodamente gracias a las joyas que habĂa tomado de la cueva, pero un buen dĂa, mientras se encontraba en el mercado de la ciudad, conociĂł a una hermosa joven que resultĂł ser la hija del Sultán. Enamorado profundamente de la belleza de la princesa, Aladino decidiĂł frotar la lámpara una vez más para pedirle al genio que le concediera todo tipo de riquezas, carruajes finos y una legiĂłn de soldados.
AsĂ lo hizo entonces su fiel sirviente, y esa misma tarde partiĂł el chico rumbo al palacio para pedir la mano de la princesa en matrimonio. Por supuesto, la princesa tambiĂ©n se enamorĂł de Aladino tan pronto lo vio, y de esa manera, el Sultán accediĂł con alegrĂa a celebrar una boda real por todo lo alto.
Varios años despuĂ©s, mientras Aladino vivĂa felizmente con su esposa en el palacio, se acercĂł un buen dĂa un mendigo a las puertas reales pidiendo limosna. La princesa, al verlo, no dudĂł un segundo en llevarle algo de comida y ropas. Sin embargo, lo que ella no sabĂa, era que aquel mendigo se trataba del tĂo malvado de Aladino, y su intenciĂłn no era otra que la de raptar a la princesa para pedir a cambio la lámpara maravillosa.
Al enterarse de lo sucedido, Aladino tuvo una idea genial, y cuando por fin se encontrĂł con su tĂo, le ofreciĂł la lámpara a cambio de su amada esposa. Cuando la princesa se encontraba a salvo, el señor malvado frotĂł la lámpara para pedir que Aladino perdiera su riqueza y su felicidad, pero aquella lámpara no era mágica, sino que habĂa sido engañado, y de esa manera los guardias lograron apresarlo y ponerlo bajo custodia para siempre.
Una vez juntos y felices, Aladino y la princesa retornaron al castillo, y vivieron el resto de sus dĂas muy enamorados.
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