El perrito callejero


Ésta era una vez un perrito callejero de nombre Bebo. Como no tenía dueño, Bebo dormía a la intemperie y casi nunca tenía nada que comer. Un buen día, mientras el perrito trataba de dormir muerto de frío y su estómago rugía de tanta hambre, Bebo sintió que alguien se la acercaba.

¿QuiĂ©n podrĂ­a ser? Tal vez era una persona noble que lo llevarĂ­a a su casa y le darĂ­a comida, aunque tambiĂ©n podĂ­a ser un gato flacucho como Ă©l buscando dĂłnde cobijarse. Cuando la sombra se acercĂł, Bebo pudo reconocer a su amigo Toncho, un perro pequeño de pelos largos y sucios.

“Hola amigo”, dijo Toncho titiritando de frĂ­o. “Hola viejo amigo, no te habĂ­a reconocido. Apenas alcanzo a ver porque estoy muy viejo”. “¿QuĂ© te parece si rondamos el restaurante de la esquina? Tal vez nos den algo de comer”, dijo Toncho, pero Bebo no quiso moverse del lugar. “Me encantarĂ­a acompañarte, Toncho, pero ya no tengo fuerzas para caminar”.

Entonces, Toncho decidiĂł salir por su cuenta a buscar comida para su viejo amigo, y en el camino se encontrĂł con el gato Misi. “¿A dĂłnde vas, Toncho?”, dijo el minino escondido entre unos viejos cartones. “Voy a buscar algo de comida para Bebo que está enfermo de frĂ­o”, “Pues yo buscarĂ© algo para cobijarlo y darle calor”, dijo Misi rápidamente.

Al cabo de unos minutos, el gato se encontrĂł con Chester el ratĂłn. “¿A dĂłnde vas, Misi?”, dijo Chester saliendo de una alcantarilla. “Voy a buscar algo para cobijar a Bebo. Está muy enfermo y muerto de frĂ­o”. “Pues yo buscarĂ© un poco de jarabe para que no se resfrĂ­e”, dijo el ratĂłn y saliĂł corriendo hacia la farmacia.

Cuando el perrito Toncho llegĂł al restaurante, se escurriĂł por la puerta del fondo y pudo encontrar un trozo de carne en el depĂłsito de los deshechos. Al verlo, el cocinero decidiĂł seguirlo para ver a dĂłnde se dirigĂ­a con el trozo de carne.

Mientras tanto, el gato Misi se había colado en la tintorería y en la caja de retazos descubrió un pedazo de tela confortable con la que Bebo podría cubrirse y protegerse del frío. La dueña de la tintorería vio al gato y decidió seguirlo para ver a dónde se dirigía.

Finalmente, el ratĂłn Chester hurgĂł entre la basura de la farmacia y pudo encontrar un frasco de jarabe al que aĂşn le quedaba algo de medicina. Cuando el boticario vio al ratĂłn, no pudo resistir la curiosidad y le siguiĂł para ver a dĂłnde se dirigĂ­a con el frasco de jarabe.

Al cabo de unos minutos, los tres amigos llegaron al callejĂłn donde permanecĂ­a Bebo. El perrito Toncho le ofreciĂł el trozo de carne, el gato Misi lo cubriĂł con la tela, y el ratoncito Chester le inclinĂł el frasco de jarabe para que se lo tomara. Mientras todo aquello sucedĂ­a, el cocinero, la tintorera y el boticario contemplaban desde lejos cĂłmo los animales atendĂ­an a su amigo Bebo, y fue tanta su emociĂłn que decidieron acercarse para contemplar de cerca al animalito.

“Pobre perrito. Todos los dĂ­as vendrĂ© a traerle comida de mi restaurante”, dijo el cocinero al instante. “Yo lo cubrirĂ© con mantas para que no pase frĂ­o”, dijo la tintorera emocionada. “Pues yo lo llevarĂ© conmigo a mi farmacia para que no se enferme nunca más”, exclamĂł el boticario, y lo levantĂł entre sus brazos para llevarlo lejos de allĂ­.

Desde entonces, Bebo no tuvo que pasar frío ni sufrir de hambre en las calles. El cocinero le trae comida a la farmacia todas las noches, la tintorera le cose mantas confortables y calentitas para que siempre esté protegido, y el boticario vela porque nunca se enferme con sus remedios y jarabes.

¿Y los amigos de Bebo? Pues ellos tambiĂ©n lo visitan y comparten con Ă©l su comida y sus mantas, mientras Bebo les agradece por todo lo que hicieron, contándoles historias y cuentos de su infancia hasta quedar todos dormidos en la comodidad de la farmacia.

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